La fiesta de
la sala principal por la victoria era descomunal. Había litros y litros de
alcohol, comida a rebosar, refrescos, dulces, fritos y muchísimas cosas que
África no veía desde hacía meses. Había también una consola con micrófonos para
cantar y numerosas pantallas con juegos de distintos tipos. Todo el mundo se
estaba divirtiendo.
África bajó
a su cuarto y cogió un uniforme limpio mientras pensaba en lo que había pasado
durante la batalla. Entendió que no podía odiarle como ella intentaba, que tenían
un vínculo, una unión. Se soltó la trenza y, despacio, se metió a la ducha.
Una vez
vestida se sentó en el banco del vestuario y sintió como una mano cálida le
acariciaba las costillas despacio. Se giró y vio a Fran mirándole con
curiosidad.
-¿Estás bien?
Ella sonrío
delicadamente y le acarició la cara mientras cogía la venda para colocársela.
-Sí, es sólo
que no termino de acostumbrarme a que todo el peso recaiga en mí, ya sabes,
como Capitana.
-¿Qué te ha
pasado? Por un momento casi perdemos, nos dejaste solos. Esto está basado en el
trabajo en equipo y tú te descentraste, desapareciste y conseguiste la bandera
por tu cuenta, sin contar con nadie. Pensábamos que tres meses de trabajo en
equipo, de entrenamientos, bastarían para que entendieses cómo son aquí las
cosas, pero parece que sigues como siempre, a tu bola y eso aquí no lo podemos
aceptar, África. Ni aunque seas la persona que más amo en el mundo. O estás con
nosotros o contra nosotros, pero no puedes ir a tu aire mientras los demás caemos.
El fin no justifica los medios. Si esto hubiese sido una batalla de verdad,
muchos hubiésemos muerto por tu lucha individual sobre la bandera.
África
levanto lentamente la mirada y se apartó de él, mientras contenía las lágrimas.
-Bueno,
perdóname. A mi nadie me preguntó si quería venir aquí, nadie me dijo qué iba a
pasar, ni qué responsabilidades iba a tener. Me trajisteis aquí sin avisarme,
“por mi propia seguridad”, dijisteis. Pero y yo, ¿qué? Tenía mi vida en Madrid,
quería estudiar, hacer una carrera. No voy a negar que me encanten las
misiones, que me vuelva loca la idea de tener un objetivo y buscarlo y que,
aunque no sepa por qué, se me da inusualmente bien. Pero tampoco voy a permitir
que te me subas por las ramas, Francisco. Hice lo que creía que tenía que
hacer. Estábamos rodeados y encontré un hueco entre los enemigos. Encontré la
bandera y, sin pensarlo, fui hacía ella para que eso acabase lo antes posible.
Que te parezca bien o no, es cosa tuya, no mía. Y ahora, si me perdonas, la
gente estará preocupada.
Sin
pensárselo dos veces se levantó y se dirigió a la habitación. Abrió la mochila
que había guardada en el armario con sus cosas que no había sacado todavía y
saco un cigarro del único paquete de tabaco que tenía allí. Subió hasta arriba
y se sentó en la azotea, con las piernas colgado en el edificio.
-El tiempo a veces se vuelve loco, porque aquí no llueve a
menudo. ¿No te parece extraño a ti? –dijo Limbo mientras se sentaba a su lado.
-Dicen que
en el desierto suele haber tormentas…no creo que sea tan extraño.
-Sabes que
aquí no se permite fumar, África.
África le
miró con sarcasmo mientras daba una calada larga y echaba lentamente el humo.
-Tampoco se
permite beber, y hay una fiesta en la planta de abajo que rebosa alcohol hasta
por las ventanas.
Limbo se
empezó a reír, mientras la abrazaba.
-Si alguna
vez tengo una hija, me gustaría que fuese como tú. Luchadora, imposible y
tentadora. Eres realmente impresionante; más de lo que esperábamos.
África
sonrió notablemente mientras apagaba el cigarro y él se levantó y se fue
lentamente, dejándola sola.
La lluvia
siguió cayendo, lenta, tranquilamente; mientras que su corazón cada vez iba más
rápido, al compás de sus decisiones. Estaba confundida, abrumada. Quería muchísimo
a Fran pero le asustaba que hubiese un pero por en medio. Apoyó su cabeza en
las rodillas y cogió aire despacio mientras pensaba en esas dos semanas de
vacaciones que tenía por delante. La única cosa que tenía claro era que no
quería poner en peligro a su familia y que tampoco quería estar con Fran todo
el rato, puesto que habían pasado tres meses pegados. Necesitaba tiempo libre: para ella sola.
Bajo a su habitación
y se encontró un sobre con su nombre en letras claras y precisas, con un
billete de avión a Quebec y una nota en la que ponía:
“Hotel Zero
1, Suite superior, dos semanas. Recuerda: es un secreto. D.”