miércoles, 10 de octubre de 2012

10. El secreto

La fiesta de la sala principal por la victoria era descomunal. Había litros y litros de alcohol, comida a rebosar, refrescos, dulces, fritos y muchísimas cosas que África no veía desde hacía meses. Había también una consola con micrófonos para cantar y numerosas pantallas con juegos de distintos tipos. Todo el mundo se estaba divirtiendo.

África bajó a su cuarto y cogió un uniforme limpio mientras pensaba en lo que había pasado durante la batalla. Entendió que no podía odiarle como ella intentaba, que tenían un vínculo, una unión. Se soltó la trenza y, despacio, se metió a la ducha.
Una vez vestida se sentó en el banco del vestuario y sintió como una mano cálida le acariciaba las costillas despacio. Se giró y vio a Fran mirándole con curiosidad.
-¿Estás bien?
Ella sonrío delicadamente y le acarició la cara mientras cogía la venda para colocársela.
-Sí, es sólo que no termino de acostumbrarme a que todo el peso recaiga en mí, ya sabes, como Capitana.
-¿Qué te ha pasado? Por un momento casi perdemos, nos dejaste solos. Esto está basado en el trabajo en equipo y tú te descentraste, desapareciste y conseguiste la bandera por tu cuenta, sin contar con nadie. Pensábamos que tres meses de trabajo en equipo, de entrenamientos, bastarían para que entendieses cómo son aquí las cosas, pero parece que sigues como siempre, a tu bola y eso aquí no lo podemos aceptar, África. Ni aunque seas la persona que más amo en el mundo. O estás con nosotros o contra nosotros, pero no puedes ir a tu aire mientras los demás caemos. El fin no justifica los medios. Si esto hubiese sido una batalla de verdad, muchos hubiésemos muerto por tu lucha individual sobre la bandera.
África levanto lentamente la mirada y se apartó de él, mientras contenía las lágrimas.
-Bueno, perdóname. A mi nadie me preguntó si quería venir aquí, nadie me dijo qué iba a pasar, ni qué responsabilidades iba a tener. Me trajisteis aquí sin avisarme, “por mi propia seguridad”, dijisteis. Pero y yo, ¿qué? Tenía mi vida en Madrid, quería estudiar, hacer una carrera. No voy a negar que me encanten las misiones, que me vuelva loca la idea de tener un objetivo y buscarlo y que, aunque no sepa por qué, se me da inusualmente bien. Pero tampoco voy a permitir que te me subas por las ramas, Francisco. Hice lo que creía que tenía que hacer. Estábamos rodeados y encontré un hueco entre los enemigos. Encontré la bandera y, sin pensarlo, fui hacía ella para que eso acabase lo antes posible. Que te parezca bien o no, es cosa tuya, no mía. Y ahora, si me perdonas, la gente estará preocupada.
Sin pensárselo dos veces se levantó y se dirigió a la habitación. Abrió la mochila que había guardada en el armario con sus cosas que no había sacado todavía y saco un cigarro del único paquete de tabaco que tenía allí. Subió hasta arriba y se sentó en la azotea, con las piernas colgado en el edificio.

-El tiempo a veces se vuelve loco, porque aquí no llueve a menudo. ¿No te parece extraño a ti? –dijo Limbo mientras se sentaba a su lado.
-Dicen que en el desierto suele haber tormentas…no creo que sea tan extraño.
-Sabes que aquí no se permite fumar, África.
África le miró con sarcasmo mientras daba una calada larga y echaba lentamente el humo.
-Tampoco se permite beber, y hay una fiesta en la planta de abajo que rebosa alcohol hasta por las ventanas.
Limbo se empezó a reír, mientras la abrazaba.
-Si alguna vez tengo una hija, me gustaría que fuese como tú. Luchadora, imposible y tentadora. Eres realmente impresionante; más de lo que esperábamos.
África sonrió notablemente mientras apagaba el cigarro y él se levantó y se fue lentamente, dejándola sola.

La lluvia siguió cayendo, lenta, tranquilamente; mientras que su corazón cada vez iba más rápido, al compás de sus decisiones. Estaba confundida, abrumada. Quería muchísimo a Fran pero le asustaba que hubiese un pero por en medio. Apoyó su cabeza en las rodillas y cogió aire despacio mientras pensaba en esas dos semanas de vacaciones que tenía por delante. La única cosa que tenía claro era que no quería poner en peligro a su familia y que tampoco quería estar con Fran todo el rato, puesto que habían pasado tres meses pegados. Necesitaba tiempo libre: para ella sola.

Bajo a su habitación y se encontró un sobre con su nombre en letras claras y precisas, con un billete de avión a Quebec y una nota en la que ponía:

“Hotel Zero 1, Suite superior, dos semanas. Recuerda: es un secreto. D.”

viernes, 1 de junio de 2012

9. La batalla.

Fue una batalla dura y sofocante, pero había conseguido que su grupo tuviese el menor número de manchas de pintura posibles. 
África se giró de golpe y miró a su grupo.
-Chicos, seguid. Allí, a doscientos metros se encuentran Fran y los demás. Seguid el camino. Os alcanzó enseguida.
Había sentido una ligera presencia al otro lado de la duna, intentando pasar desapercibida. La rodeo lentamente, arrastrándose por el suelo y vio a un chico sentado de espaldas. Tenía el pelo rubio lleno de pintura y se había quitado la camiseta, que también estaba llena de pintura.
África se acercó y le puso una mano en el hombro:
-¿Estás bien? Deberías entrar si te encuentras mal, hay una enfermería dentro -dijo mientras él giraba la cara.
Dio un paso hacía atrás al reconocerle y tropezó sobre su pie, cayendo al suelo. Él sonrío con esfuerzo.
-Vete, corre. Vais ganando y te estarán esperando -dijo con una voz excesivamente ronca.
Ella le miró fijamente y se acercó. Le quitó el brazo que tenía sobre la tripa y vio como la sangre fluía lentamente de una gran herida. Entonces miró la camiseta y se dio cuenta: no era pintura, era sangre.
Se levantó y corrió a coger su mochila. 
-Túmbate encima de la camiseta -le dijo con seriedad.
Se quitó en pañuelo de la cabeza y vertió una botella de agua sobre la herida, presionando seguidamente con el pañuelo. 
-¿Qué ha pasado? Y no me digas 'es confidencial' o 'no puedo contártelo porque es peligroso' porque te juro que me voy y dejo que te mueras.
Él la miro con seriedad, pero estaba demasiado mareado para reprocharle nada.
-Había venido a verte...me enteré de lo del entrenamiento y lo necesitaba. Pensé que pasaría desapercibido entre tantos desconocidos y que nadie me reconocería -paró para respirar con mucho cuidado mientras cerraba los ojos- ...pero me equivoqué. Llevaba un rato detrás de vosotros, mirándote y, supongo que me despiste. Sentí algo detrás de mi y cuando me quise dar cuenta era tarde. Me di la vuelta para defenderme, pero no me dio tiempo. Me clavó una navaja muy grande y salió corriendo. No le llegué a ver la cara. 
África sacó un botiquín de la mochila y le echó un poco de alcohol en la herida; le cosió y le puso desinfectante y una venda. 
-¿Mejor? -dijo mientras guardaba todo.
Él la miraba curiosamente. Hacía apenas unos meses era prácticamente una niña y ahora tenía delante a una mujer. Se sentó con cuidado y se empezó a reír.
-¿Qué? -preguntó África inquieta. 
-En su día te subestimamos. Pensamos que sería fácil hablar contigo: tener con nosotros a la chica más especial de todas. Pero supongo que en eso también nos equivocamos. Lo hicimos mal y solo conseguimos asustarte. -dijo mientras se acercaba a ella y le acariciaba la cara.
Se dio cuenta de la herida del labio y de la ceja, y del excesivo maquillaje que había en su rostro y apretó con furia la mano en torno a la arena del suelo. Acarició sus heridas con cuidado y la miró más cuidadosamente, hasta ver el borde de la venda. Puso su mano en la espalda y, con infinito cuidado, la tumbó en el suelo. Le levanto la camiseta y le quitó despacio la venda. Y entonces lo vio. 

África estaba en estado de shock. No podía reaccionar contra él, había tanto amor en su mirada que no podía apartarle. Observó cómo se le llenaban los ojos de lágrimas y cómo poco a poco se derramaban sus mejillas. Se había quedado muda, no sabía que hacer.
-¿Puedo tumbarme apoyado en ti? -dijo él mientras la miraba.
Ella afirmó con la cabeza y le acarició lentamente el pelo mientras las lágrimas de él caían sobre su tripa. 
Al cabo de un rato, todavía llorando, él levanto la cabeza y la miró fijamente.
-África...
-¿Qué?
-Te quiero.
Y, sin que se lo esperase, se acercó lentamente y rozó sus labios con los de él una milésima de segundo.  Juntando sus lágrimas con las de ella. Se oyó un trueno y, otra vez, empezó a llover.
Él se levantó y echó a andar lentamente por el desierto bajo aquella lluvia y, en menos tiempo del que ella tardó en parpadear, ya no estaba.

África se colocó la venda, se bajo la camiseta y se puso bien el mono. Aunque lloraba, sabía que con aquella lluvia no se distinguirían sus lágrimas.
Cogió la mochila y siguió el rastro que había dejado el grupo, hacía ya unas horas. Corrió todo lo que pudo hasta que los encontró. Se tumbó sobre una duna y observó la situación. Estaban rodeados. Fran se hallaba en el centro, apuntando con la pistola pero sabía que en cuanto disparase estaban perdidos. Ella contó mentalmente cuantas personas les rodeaban. Veinte. Todos los vigilantes y soldados protectores de la bandera estaban allí. La bandera debería estar cerca. Cerró los ojos y la buscó por el perímetro lentamente. Estaba a unos 200 metros detrás del grupo, en un pequeño valle, sin protección. Había dos pistolas en automático a los lados por si alguien conseguía acercarse. Era prácticamente imposible. Pero había una posibilidad. 'La chica más especial de todas', resonaba en su cabeza segundo a segundo. '¿Qué había querido decir?'. Odiaba no entender algo. Cerró los ojos y la localizó de nuevo. Ahí estaba, a tan sólo 200 metros. Fran gritó su nombre, pero intentó no inmutarse. Quería esa bandera como fuese. 
Con los ojos cerrados se levantó y dejó que su instinto la guiase. Tardó veinte minutos en parar de andar y la lluvia seguía cayendo, incansable. Abrió los ojos y se encontró delante del podio con la bandera. Detrás de ella se oían los gritos de la batalla que se estaba librando a 200 metros. Reptó con cuidado hasta llegar a la posición de la primera pistola, la desactivo e hizo lo mismo con la segunda. Prefirió escalar por detrás del podio y coger la bandera sin ser vista. 
Puso la mano sobre la bandera y, antes de cogerla, presiono el botón del walkie talkie:
-La tengo, corred hacía la entrada...¡AHORA! -dijo mientras la cogía.
Nada más separarla del podio, sono una alarma intensa y, de la parte delantera de éste empezaron a salir chorros y chorros de pintura. África sonrío y salió corriendo hacía la entrada como si le fuese la vida en ello. 
Llegó justo a la vez que su grupo y, en cuanto hubo entregado la bandera, respiró hondo y les miró.  Aún sin haber visto al otro grupo la decepción cayo sobre ella y se sentó en los escalones.
Fran se acercó a ella y sonrió irónicamente:
-No te preocupes, has hecho lo que creías que tenías que hacer.
Entraron todos los grupos a la sala de reuniones mientras ella seguía fuera llorando, hasta que Limbo salió y se agachó frente a ella.
-África, te están esperando. No se puede dar un veredicto si uno de los capitanes no está presente. -le dijo mientras le ayudaba a levantarse.
Entraron dentro y subieron hasta la sala de reuniones, donde la mayoría de la gente estaba cubierta de pintura roja. África se sentó en su sitio y ni siquiera miro al rededor.
-Por favor, -dijo el juez que decidía el ganador- las personas que no tengan nada de pintura en el cuerpo que se presenten aquí delante.
África se miró a si misma y se dio cuenta de que estaba totalmente limpia. Aparte de la sangre que se había quitado prácticamente con la lluvia. Se levantó y se puso delante junto con otras 6 personas.
Miró a su derecha y vio a los tres vigilantes del equipo contrario, sonrientes; y, despacio, casi con miedo, miró a su izquierda, esperándose lo peor. Vio a los tres vigilantes de su equipo y se puso a llorar sin poder creérselo. Pese a todo,

habían ganado.



miércoles, 30 de mayo de 2012

8. Preparación.

África se despertó de noche y se incorporó despacio. Buscó sus zapatillas en la oscuridad y se levantó con cuidado para no despertar a Fran. Abrió el armario para coger ropa limpia y toallas y sonrío en la oscuridad. Aparte de los usuales jerséis y pantalones de los que estaban compuestos los uniformes había un montoncito de camisetas de tirantes con una nota encima: 'Para que no te pasees por el recinto en sujetador, Limbo."
Cogió una toalla, el uniforme y la ropa interior y se dirigió a los vestuarios. Se quitó la especie de camisón de hospital que llevaba puesto y se metió en la ducha. Abrió el grifo de agua fría y se intento quitar aquel sudor pegajoso que le dejaba ese calor infernal. Se secó, se vendó las zonas heridas, y se vistió despacio, mirando cada moraton que tenía en el cuerpo. Se hizo una larga trenza de raíz y maquilló ligeramente los diversos moratones de la cara y los brazos.
Realmente los moratones, el labio y la ceja apenas le dolían, pero el dolor de las costillas era bastante penetrante; le costaba mucho respirar fuerte. Había estado una semana en la cama, descansando, casi sin poder moverse de allí. Pero aquel día era especial. Había oído en los pasillos que había un entrenamiento especial, basando en la coordinación y en el trabajo en equipo, contra un grupo de otro sector de África. Iba a ser una guerra en pleno Kalahari y ella no pensaba perdérselo.
Subió las escaleras hasta el tercer piso y llamó a una puerta situada al fondo, donde sabía que se encontraba el despacho del General.

Limbo tenía sobre la mesa diversas estrategias y planos de formación para el entrenamiento de aquel día. Llevaba varios días preparando todo y entrenando a su equipo para ello. Habían decidido hacerlo como una guerra de Paintball en pleno aire libre y el ganador tendría dos semanas de vacaciones fuera de su respectivo recinto. La pérdida, hacía ya una semana, de aquel Sargento había resultado un fastidio; pero no comparable a la pérdida para este combate de su mejor Capitana. Sonrío mientras recordaba como le había visto mejorar día a día y como, finalmente, obligó al Sargento a nombrarla Capitana del equipo en los entrenamientos. África era la mejor y, asombrablemente, se superaba incluso a sí misma. Miró el reloj y comprobó que faltaban apenas cuarenta minutos para las 7, hora en la que se levantarían todos y se prepararían para el campo de batalla. Se puso de píe y se dirigió a la puerta y, justo cuando iba a salir sonó la puerta.
Abrió la puerta y se la encontró ahí parada, sonriendo; vestida con el uniforme y con los moratones tapados con maquillaje. Esa chica cada día lograba sorprenderle más. Le hizo pasar y se apoyó en la mesa mientras la miraba fijamente.
-África, ¿que haces aquí? Deberías estar en la cama, descansando.
-Pero, señor, ya he descansado una semana y hoy he oído que hay un entrenamiento especial y muy importante y he pensado que, si no le importa, podría participar -dijo con una emoción que él no se esperaba-. Se que soy buena y que puedo ayudar, y todos hemos entrenado mucho y duro. Por favor...
La miró seriamente y cogió una de las hojas de las que tenía encima de la mesa. 'Sería lo mejor', pensó. Suspiró y se la tendió.
-¿Qué es esto? -dijo mientras lo cogía y lo miraba casi con miedo.
-Eso es tu estrategia de combate, Capitana -dijo mientras se levantaba de su asiento y se sentaba a su lado-. Esto que ves aquí es el campo de combate donde vamos a realizar el entrenamiento. Sois dos equipos de 50 personas cada uno. Cada equipo tendrá 45 combatientes, 2 capitanes, 3 vigilantes -señalo los dos extremos opuestos del mapa-. En el lado derecho se encontrara nuestra bandera, en el izquierdo la suya. Tú misión, junto con el otro capitán, es guiar a tu equipo hacía la bandera con el menor número de 'heridos' posible. Los vigilantes se encargaran de vigilar vuestra bandera e impedir que el equipo contrario la coja. Gana el que antes llegue a este punto del mapa -señaló justo el centro, donde se encontraba la entrada del edificio- con la bandera contraria y menor número de heridos posible.
África cogió el mapa y se levantó.
-Ahora, acompáñame -le dijo él mientras salía por la puerta.
Bajaron las escaleras hasta la sala de armas y le dio un mono marrón claro, una Marcadora Spyder MRX 2012, una mochila con recargas y un walkie talkie.
-Los capitanes y los vigilantes iréis de marrón claro y el resto de marrón oscuro. Ten cuidado, África.
África sonrío ampliamente y salió por la puerta. Se dirigió a su cuarto corriendo y se tiró encima de Fran.
-¡¡¡Buenos días, dormilón!!! -dijo mientras empezaba a hacerle cosquillas.
Fran abrió brevemente los ojos y la cogió al vuelo, tumbándola a su lado, la abrazó y cerró los ojos.
-Vamos, ¡es hora de despertar! ¡No seas vago!
Fran abrió un ojo y la miró sarcásticamente.
-¿Ahora el vago soy yo? Oh, perdona por no querer despertarme a las -miró el reloj- siete menos veinte, chica que se levantaba en casa todos los días que no tenía clase a las 12...o 1...
África se empezó a reír y le empezó a dar besos por la cara.
-¿Encima que te doy los buenos días, me pones pegas? Pues nada, me voy -dijo mientras hacía amago de levantarse de la cama-.
-¡No! -dijo él.
La abrazó y empezó a besarla, despacio, sin prisa. Le metió la mano por el jersey y le acarició el comienzo de la venda que tenía en las costillas. Ella le separó y sonrío. Se puso de píe y se quitó la ropa mientras él la miraba para, acto seguido tirarse encima y besarle.

-Muy bien, chicos, esté es el plan -África puso el mapa en el proyector de la sala de reuniones porque, aunque a ella no le hacía falta mirarlo para recordar, a los demás, sí-. En esté punto estarán los tres vigilantes. El sector uno irá con Fran por el el Este, rodeando el edificio y sorteando a los del equipo contrario; el sector dos vendrá conmigo por aquí, por el oeste. La idea principal es internarnos en el único resquicio del desierto con algo de vegetales y rodear por aquí, por las dunas. Deberíamos llegar a éste punto -dijo África señalando el sitio en el que se encontraba la bandera- prácticamente a la vez.
Se apoyó en el escritorio y miró a los tres sectores que faltaban.
-Los sectores tres, cuatro y cinco os encargaréis de proteger a los vigilantes y nuestra bandera. Dos de vosotros os colocaréis aquí -dijo señalando dos puntos diferentes cerca de la bandera-. El otro, se esconderá aquí, como protección adicional -señaló un cumulo de dunas justo detrás del fuerte donde se encontraba la bandera-. Estamos identificados por colores: el sector uno, verde; el sector dos, azul; el sector tres, naranja; el sector cuatro, morado; y el sector cinco, rojo. Tenéis unos pañuelos encima de la mesa que os deberéis poner en un sitio visible. Al salir de aquí os encontraréis vuestras armas, mochilas con agua, recambios y todo lo necesario. Es todo. Preparaos y salid a vuestras posiciones. Esto empieza en apenas 15 minutos.
La gente empezó a salir por grupos y ella se sentó encima de la mesa. Se quitó la parte de arriba del mono y se la ató a la cintura. Cogió un bote de crema solar que le habían dado en la enfermería y se la hecho por el cuerpo. Se puso el pañuelo azul a modo de diadema en la cabeza y se bajó de la mesa.
-Veo que te han venido bien las camisetas de tirantes que te dejé -dijo Limbo mientras entraba en el despacho.
África sonrío y le devolvió las hojas y los mapas.
-Suerte, África.
-Eso es para principiantes -dijo mientras salía al exterior.

No sabía lo difícil que iba a ser y lo que la iba a necesitar.

lunes, 28 de mayo de 2012

7. Infierno

Ante aquel sofocante sol de Kalahari, África se hallaba sentada tras una duna con los prismáticos apoyados en la tripa. Ya habían pasado tres meses desde que llegase a "El Limbo" como lo llamaban los residentes, pero a ella le resultaba totalmente lo contrario, "el infierno". Era enorme, laberíntico y desagradable. El edificio principal estaba formado por pasillos eternos y malolientes, numerosas escaleras y muchísimas habitaciones. Tenía 5 habitaciones subterráneas y 3 en la superficie. En la planta superior se encontraban los despachos de los comandantes, las salas de reuniones y un despacho de un tamaño descomunal, donde África suponía que se encontraba el jefe de todo aquello; en la segunda planta había una sala de ocio masculina y, separada por una puerta blindada, una sala de ocio femenina; en la primera, o planta baja, se encontraban la sala de armas, la recepción, la entrada y los monitores de vigilancia.
En el subterráneo se encontraba todo lo demás. La planta -1 estaba compuesta por las cocinas, los comedores, lavandería y cosas del estilo. Tres plantas completas por debajo se dedicaban a habitaciones y numerosos vestuarios, claro estaba que, con el calor que hacía en aquel sitio cuanto más abajo estuviese la habitación, más rango tenía la persona que la ocupase.
En la última planta tampoco se les permitía entrar. Estaba cerrada por una puerta blindada roja que ponía "ACCESO RESTRINGIDO. ÁREA PELIGROSA"y, desde el primer día, le habían advertido sus compañeras que: "un pie en ese sitio y estás fuera".
África se pasó una mano por la frente mojada y se dio cuenta de que estaba empapada. Aquellos uniformes horribles no pertenecían para nada a la temperatura que hacía en aquel sitio. Resopló y se tumbó en la tierra, esperando escuchar algún sonido procedente de al rededor. Estaban en pleno entrenamiento, pero ella no podía más. Llevaban tres horas bajo aquel sol sofocante, corriendo, agachándose, escondiéndose y sin agua. Ese era el objetivo.
A las 8 de la mañana, el Sargento elegía a dos capitanas para cada unidad, formando dos grupos, los cuales combatían durante horas bajo aquel sol sofocante para encontrar el agua que los chicos, minuciosamente, habían escondido la noche anterior. El grupo que encontrase el agua tenía derecho, a parte de a ese agua, a una comida especial de la comida cazada por los chicos aquella mañana. Los perdedores solían comer puré y patatas.
África volvió a resoplar de nuevo. Gracias a ella su grupo había ganado todos los días desde hacía dos semanas. Era rápida y se movía con delicadeza, sin dejar rastro. Al principio le costó bastante pero, cuando entiendo las reglas, se empezó a mover como si aquello lo hubiese hecho toda la vida. Era buena.
Recordaba como el Sargento le había nombrado Capitana cuando sólo llevaba dos semanas entrenado. Pero aquel día los chicos lo habían puesto más difícil que nunca. Había buscado en cada centímetro del perímetro, en cada rincón. Había dividido su cuatro, repartiendo unidades por los cuatro puntos cardinales. En vano.
Se quitó el jersey, harta de aquel calor sofocante. Cerró los ojos y se dejó absorber por el entorno. Lo registró piedra a piedra, centímetro a centímetro de aquella arena pequeña que se te pegaba a la piel. Pero ni rastro de la garrafa de agua. Harta, se levanto, se ató el jersey a la cintura y empezó a andar hacía la sombra de la entrada del edificio. Cuando llego delante del Sargento, le miró fija y arrogantemente y no lo dudó ni un momento:
-Aquí no hay agua, señor. -dijo mientras su grupo y el contrario, casi al borde de la insolación, se agrupaban detrás de ella. Cerró los ojos y buscó dentro del edificio- La garrafa que debería estar aquí fuera escondida, se encuentra en el piso -4, en la habitación 332. La suya, señor. -dijo mientras le provocaba con la mirada.
El Sargento miró a África sonriendo irónicamente.
-Señoras, la señorita Martinez afirma que la garrafa de agua que lleváis tres horas buscando por este atronador desierto se encuentra, casualmente, en mi cuarto, formando de ésta forma una grave acusación hacía un Superior. -la miró fulminándola con la mirada- Piensa que, por ser novia de un Comandante, puede ser arrogante y manipuladora, haciéndonos creer a todos que yo, he robado ese agua para consumo propio. Por eso opino que, sin ninguna duda, la señorita Martinez debe ser castigada.
África levantó la mirada desafiante. Notaba como él la miraba. Como miraba su cuerpo sudado, sus pechos brillantes por ese sudor tapados únicamente por aquel sujetador negro. Como la deseaba. Sonrío. El miedo hacía él de los primeros días se había esfumado, dejando paso al asco y a la pena.
Con decisión le rodeó y entró dentro, bajó las escaleras rápidamente, ignorando los gritos sobre las normas, las prohibiciones de entrar en habitaciones ajenas y las amenazas. Llego a la habitación 332 y, sin dudarlo, pegó una patada al manillar y abrió la puerta. Entró, abrió el armario y en el momento en el que el Sargento la cogió de la cintura levantándola del suelo para que se detuviese, golpeó la garrafa de agua con el pie y la hizo caer al suelo sonoramente. Él, la lazó contra la pared y la puso boca abajo, apretándole la cabeza contra el suelo con él píe.
Se sentó en su espalda y le recitó, gritando, las normas una a una y los castigos que correspondían al incumplir cada una de estas normas. Y ella, pese al cuerpo de éste contra su cuerpo, se giró para ponerse boca arriba y sonrío, recitándole con el mismo tono el resto de normas que le faltaban por decir.
Él levantó la mano y, sin dudarlo, se la estampó de lleno en la cara, partiéndole el labio.
En ese momento entraron por la puerta Fran y su grupo y vieron lo que había sucedido. La garrafa tirada en el suelo y él al lado encima de ella sujetándole con una mano las manos y, pegándole con la otra. Vieron el jersey de ella cerca de la garrafa y sus pechos fuera del sujetador por culpa de la agresividad con la que le estaba tratando el Sargento.
Fran dio un paso al frente, se colocó en posición y mirándole recitó:
-Los Sargentos, Comantantes y Subcomandantes podrán salir con las mujeres especiales siempre y cuando no se incumplan normas de comportamiento ni de estatuto con ésta relación. A su vez, ésta relación protegerá a la mujer, librándola de cualquier pelea por la parte masculina. De incumplir está norma, el Soldado, Sargento, Comandante o Subcomandante que se acerque, toque a ésta o la agreda, tanto física como psicológicamente, será expulsado inmediantamente de la compañía, sin capacidad de volver ni de ingresar en ningún puesto derivado una vez fuera de ésta.

El Sargento levantó la cabeza a la vez que paraba y le miró fijamente. Levantó la mano cerca de la cara de Fran y sonrío:
-A mi un crío no me va a decir no lo que tengo que hacer.
-Un crío no, pero yo sí. -dijo el General Infierno mientras entraba en la habitación- Prepara tus maletas y reúnete conmigo en mi despacho en veinte minutos con tus cosas. Pediré un coche de Gobierno para que te saqué de aquí y te llevé a la ciudad que elijas que no sea la de nacimiento ni tenga relación ninguna con tu vida pasada.
Se agachó y, sin ningún esfuerzo, levantó a África del suelo y se la llevo a la enfermería.


Africa abrió los ojos desorientada y dolorida. Le dolía hasta el último músculo del cuerpo y sentía entumecimiento en varias partes de éste. Al fondo de la sala había un hombre alto, de unos cincuenta años. Tenía el pelo totalmente blanco, una musculatura inimaginable y unos ojos grises que a África le recordaban los días de tormenta. Intentó sentarse en la camilla pero la habitación empezó a dar vueltas.
El hombre sonrío y se acercó a ella, apoyándola suavemente contra la almohada y tendiéndole un vaso de agua.
-¿Cómo te encuentras? -le preguntó.
Tenía una voz grave y profunda, pero no se percibía ningún atisbo de odio en ella.
-Estoy bastante mareada y me duele todo.
Él la cogió en brazos y se la llevo a la habitación de Fran, la metió en la cama y la tapó con la manta.
-Gracias -dijo ella mientras se empezaba a quedar dormida de nuevo a causa de los medicamentos.
Él la miró preocupadamente. Tenía muchos moratones, un labio partido, una ceja con tres puntos y varias costillas partidas; pero sabía que se recuperaría. Era fuerte.
Se dio la vuelta y se dirigió hacía la puerta.
-¿Cómo te llamas? -dijo ella mientras le miraba fijamente desde la cama con sus enormes ojos azules.
Él sonrío.
-Soy el General Infierno. Pero tú puedes llamarme Limbo.

6. La pesadilla

África se despertó al día siguiente cansada y aturdida. Se estiró por completo y se puso la almohada en la cabeza para evitar que el sol, que entraba excesivamente por la ventana, le diese en la cara. Se giró y su pierna chocó levemente contra la de Fran. Intentó recordar lo que había pasado la noche anterior. La graduación de su hermano, la fiesta, el baño, Carla, la confesión de Fran y la borrachera que se cogieron después, gracias a la cual tenía una laguna mental de dimensiones sobrehumanas. ¿Dónde estaban?
Se tapó con la manta entera y abrió los ojos despacio, acostumbrándose a la breve luz que entraba ahí debajo. La sábana era de seda roja y la almohada tenía una funda blanca muy suave. Vio a su derecha el cuerpo desnudo de Fran y se miró a si misma. Sacó la mano de la manta y, en vano, intentó buscar su ropa interior por el suelo cercano a la cama. En ese momento Fran comenzó a reír y la abrazó.
-¿Ni buenos días ni nada? -dijo mientras se metía él también debajo de la manta y le besaba.
Ella rió y le apartó con la mano mientras él, decidido introducía su mano entre las piernas de ella.
-¡Francisco! -dijo ella mientras salía de la manta y se separaba de él.
Él le miró provocativo desde la cama y le tiró las bragas. Ella sonrío y, mientras se las ponía miraba la habitación curiosamente. Aquello no era Nueva York, de eso estaba segura.
-¿Dónde estamos?
Fran sonrío.
-Nuestros amigos lo llaman "El Limbo", nuestros enemigos "El Infierno". Sinceramente, yo prefiero llamarlo hogar.
África se acercó a la pared y vio en un corcho diversas fotos de ellos dos durante toda su relación, entradas de cine, cupones de ferias, entradas de conciertos, tiquets de helados y listas de libros. Al lado, en una estantería tenía una foto del Zoo de muchos años atrás. Eran él, de niño, abrazado a una niña pequeña pelirroja con el pelo muy largo detrás de un delfín.
-¿Es Carla? -preguntó.
-Si, -dijo mientras se levantaba y la abrazaba por detrás- era la pequeña Carla.
-¿Qué cambió?
Fran sonrío con ironía.
-Pensamientos distintos, supongo. Perspectivas distintas sobre lo que es el bien y lo que es el mal.
-¿Qué es esto?
-Nuestro proyecto se basa en la ayuda al Gobierno. Reclutamos gente especial que sea capaz de poner en marcha operaciones especiales que una persona normal no podría llevar a cabo nunca. Trabajamos, en la mayoría de ocasiones a favor del Ejército. Su caso es distinto. Ellos tienen una visión especial de las cosas. Se encargan de encontrar a gente, capturarla y hacer que le cuenten lo que quieren. Ni siquiera nosotros sabemos que buscan en realidad, llevan poniéndonos piedras muchos años. Cuando entre en esta sociedad se me prohibió por completo el contacto con familiares y amigos. Tengo prohibido mantener incluso el contacto visual con ellos. Se me asignaron unos padres nuevos y una escuela del Servicio Inteligente del Ejército. Durante todos estos años, mi misión ha sido mantenerte a ti a salvo y la he cumplido hasta el final.
África le miraba boquiabierta. No se podía creer que él estuviese diciéndole todo eso.
-Entonces, ¿no me amas?
-Claro que te amo. Pero me han educado para distinguir entre las cosas importantes y las superfluas.
En ese momento entró en la habitación un hombre alto, moreno, con el pelo prácticamente rapado y los ojos grandes y serios. Llevaba un traje de militar y varias medallas en la camisa.
África se tapó los pechos con las manos y se sonrojó.
-Correcto. Que esté a salvo es importante. Su amor por usted, en estos momentos, es superfluo -dijo mientras que Fran se ponía el uniforme.- A partir de ahora usted también tendrá que aprender a distinguir entre las cosas que se pueden hacer aquí y las que no. Tenemos unos horarios de ocio establecidos y fuera de ellos usted tendrá que estar en la sección femenina y él en la masculina -le tendió una carpeta llena de archivos, normas, un mapa y una tabla de horarios-. Dormirá aquí, con Fran, en su cuarto. Está prohibido salir del recinto sin autorización superior. Tiene tres llamadas al día, una por la mañana, otra al mediodía y otra por la noche. No sé permite tabaco, ni alcohol, ni sustancias estupefacientes. Ahora, acompáñeme. -dijo mientras salía de la habitación.
África miró a Fran, que observaba fijamente al hombre, aterrada. Éste, le hizo un gesto con la cabeza para que le siguiese. Se acercó a él y le susurró al oído:
-¡Estoy desnuda!
Fran tragó saliva y le miró seriamente.
-Síguele.
El hombre volvió a entrar en la habitación y le agarró del brazo, haciendo que se le cayese la carpeta. La llevo, casi a rastras, por delante de toda la gente de los pasillos hasta un vestuario y la tiró a la ducha.
-A partir de ahora, cuando yo le diga algo, lo cumple. -dijo mientras le quitaba las bragas y abría el grifo del agua fría.
África chilló e intentó salir de allí, pero él tenía más fuerza que ella, así que la mantuvo dentro del agua durante, al menos, diez minutos más. Cuando ya estaba prácticamente tiritando, y había agotado todas sus fuerzas de resistirse a aquello, él la soltó y cerró el grifo. Ella se tapó el cuerpo con las manos y salió con cuidado de la ducha. Él cogió un uniforme de mujer y se lo tendió, junto con una toalla.
-Le esperó en 10 minutos en la puerta. -dijo mientras abandonaba el vestuario.
Ella se secó despacio y se miró los diversos moratones que le había provocado. Tenía varios en las piernas, de arrastrarla por el pasillo, uno en la mandíbula del golpe al meterla en la ducha y su gran mano entera marcada en el brazo, de sujetarla. Una vez seca se puso unas bragas que habían junto el uniforme y un sujetador. Y rompió a llorar. Había visto mil veces lo que pasaría si Él, Carla, Mikel y El Grupo la raptaba. Pero algún que otro golpe no tenía ni punto de comparación con la vergüenza que había tenido que pasar en ese sitio. Con la humillación de ser arrastrada desnuda y golpeada. Se secó las lágrimas y miró, por primera vez el uniforme. Era un jersey de cuello alto y manga larga verde militar y unos pantalones de camuflaje largos. 'Horrible', pensó mientras se lo ponía. Finalmente, vio debajo unas botas militares y miró la talla: 38. Se las puso y se dirigió al espejo. Se hizo una coleta alta y salió fuera, donde le esperaba aquel soldado agresivo.
La miró con asco y empezó a andar rápido. Subió diversas escaleras sin detenerse, sin esperarla, esperando que se perdiese, pero ella era rápida y no le perdía. Llegaron a la superficie y salieron al exterior.
-Bienvenida a Kalahari. -dijo mientras se ponía la mano delante de los ojos para ver delante de aquel sol insoportable del desierto.
A África se le calló el alma a los píes. Había intentado escapar de un sueño y, ahora, estaba viviendo su mayor pesadilla. 

domingo, 27 de mayo de 2012

5. Verdades


Se dirigió al armario y se puso el traje para bajar al evento en el salón del hotel, puesto que se le estaba haciendo tarde.
Abrió la puerta para salir pero, en ese momento se chocó con alguien que estaba dispuesto a llamar. Bajo la vista y la miró. Era Carla. Iba vestida con un largo vestido del mismo verde que sus ojos y se había hecho varios tirabuzones sueltos en el pelo.
Ella sonrió intensamente cuando se dio cuenta de que él le estaba mirado. Se puso de puntillas dispuesta a besarle pero, como era usual en él, giró la cara y miró hacía el pasillo.
-Llegamos tarde -dijo con rapidez.
Se giró y corrió hacía las escaleras. Al llegar a ellas comprobó que todos estaban en sus posiciones. Mikel arriba, en el extremo derecho; El Grupo abajo, rodeando el salón; tres guardaespaldas en la puerta del recibidor; y Carla arriba en el extremo izquierdo, justo detrás de él. Está vez no la dejarían escapar. Estaría rodeada.
Miró a Mikel que miraba fijamente la puerta con gesto de asombró y siguió la dirección de su mirada. Estaban sus padres, Mario y África...cogida de la mano de la persona que menos esperaban ver allí.
Cuando Mikel le miró con los ojos llenos de lágrimas y casi al borde de la desesperación supo lo que tenía que hacer. Afirmó con la cabeza, dejándole al mando, subió las escaleras corriendo y, casi al vuelo, metió a Carla en el pasillo y se la llevó a la habitación.
-Pero...¿qué? -dijo ella asombrada.- ¿Qué pasa?
Él, dio un puñetazo a la puerta del armario, rompiéndola, se giró y la beso, levantándola del suelo.
A Carla se le abrieron los ojos de par en par del asombro. No se podía creer que eso estuviese pasando. Pero se subió a él, le rodeó el cuello con los brazos y se dejó llevar.

En el salón, África le buscó con la mirada por las escaleras, en el sitio donde debía estar. Pero no le encontró. No vio nada sospechoso aparte de la seguridad del hotel. Cerró los ojos y sonrío. 'Mejor así', pensó.

Desde su posición, Mikel la miraba fijamente. Esa chica cada día lograba sorprenderles más. No sólo había escapado en todas las ocasiones en las que le habían buscado, si no que se presentaba allí de la mano del enemigo tranquilamente. Resopló y se apoyó en la columna. Con él allí no podían hacer nada, ni siquiera intentarlo.
Durante dos eternas horas tuvo que aguantar verles juntos, sonriéndose, bailando, abrazándose. Hasta que él, inocente, cometió el mayor error. La dejó ir sola al baño. Mikel sonrió y dio la seña a El Grupo para que lo sacasen de allí, necesitaban a Carla. Corrió hacía la habitación en la que estaban y, simplemente, dio tres golpes consecutivos en la puerta. Él abrió. Estaba cansado y, se veía a simple vista el esfuerzo que había hecho haciendo eso para mantenerla a salvo. Miró fijamente a Mikel y resopló, era ahora o nunca. Entró en la habitación y se sentó al lado de Carla para despertarla.
-Es la hora, está sola.
Carla le miró desorientada. ¿De verdad lo había hecho? ¿Con él? Se pasó la mano por el pelo avergonzada y levantó la cabeza para besarle. Esta vez él no aparto la cara, pero fue breve.
-Vístete, tenemos muchísima prisa. -se levantó y fue a donde estaba Mikel.- ¿Dónde está?
-Abajo, en el baño, llevará unos cinco minutos, así que no creo que tarde mucho más.
Carla apareció ya vestida y sonriendo.
-¿A qué esperamos, entonces?
Y salió corriendo hacía las escaleras. Bajó al baño y entró. África se estaba lavando las manos en aquel momento. Cerró la puerta desde dentro con la llave.
-Hola -dijo sonriendo.
África la miró confundida. Sabía quién era, la había visto cien mil veces en todos sus sueños cada vez que intentaban ir a por ella, pero aquella vez no se esperaba encontrársela allí.
-Hola, Carla.
Carla se quedó mirándola. ¿Sabía como se llamaba? La miró primero con asombró, después con miedo y finalmente sonrío.
-Así que sabes quién soy, será más fácil de esta manera.
África negó con la cabeza y se sentó apoyada el la pared, dándose por vencida. Esa vez no lo había visto venir. Había fallado. Tenía señalados en la cabeza los sitios del hotel a los que no debía ir sola. Pero aquel no era uno de ellos. Había observado durante 24 horas las diferentes alternativas, los diferentes planes. Pero había algo que había cambiado todo aquello. Que no le había permitido ver aquel.
-Esta bien. Habéis ganado. Déjame aunque sea, despedirme de mi familia. -dijo con lágrimas en los ojos.
En ese momento se abrió la puerta y Carla giró la cabeza. Estuvo a punto de desmayarse en cuanto le vio.
Era un chico joven, de unos dieciocho años. Le conocía perfectamente. Sabía que si subía la mirada a sus ojos se encontraría los mismos ojos verdes que tenía ella y que, si le miraba la muñeca derecha, se encontraría un tatuaje con su nombre. Le miró asombrada, sin creérselo. Miró su pelo moreno, rizado y corto. Miró aquella cara con los rasgos duros de su padre y miró el hoyo que se le formaba en el moflete cuando sonreía de aquella forma. Finalmente miró sus ojos. Aquellos ojos que veía diariamente en el espejo.
Él también se quedó mirándola con el gesto más duro que hubiese usado en su vida. Sabía quién era, por supuesto. Sabía que pertenecía a La Organización. Sabía que no podía hablarle bajo ningún concepto. Tenía prohibido hasta mirarle. Resopló lentamente mientras recordaba como caían las lágrimas por sus mejillas seis años atrás, cuando se fue. Con doce años, él también tuvo que abandonar a sus padres y coger su mochila. Pero de él no se acordaba nadie, se habían encargado de eso. Nadie menos Carla.
Así que, finalmente, La Organización había decidido ir a por África. 'Esto va a ser divertido', pensó.

Carla miró una última vez a África que les miraba a ambos sorprendidos por el enorme parecido entre ellos. Sin decir nada, le rodeó y salió del baño y subió a la habitación ante la mirada de los miembros de La Organización. Al subir las escaleras él le sujetó el brazo y la miró. Ahora entendía por qué se la había llevado antes y por qué había hecho eso con ella. Negó con la cabeza llorando y se encerró.

En el baño, África rompió a llorar.
-Tranquila, no te va a pasar nada. Tienes que venir conmigo, aquí no estás a salvo.
-¿Era tú hermana?
Se levantó la manga derecha de la camisa y le enseñó el tatuaje que tanto tiempo llevaba ocultándole.
-Si, era mi hermana. -dijo Fran mientras se sentaba a su lado y  la abrazaba.


miércoles, 23 de mayo de 2012

4. Lluvia

Desde la ventana inmensa de su habitación del New York Palace, él contemplaba fijamente la catedral de San Patricio. Habían buscado, casi desesperadamente, durante un mes entero a África por toda la ciudad sin obtener resultado alguno. Se pasó la mano por la cabeza mientras observaba a la gente pasear por la calle.
Realmente era un día importante: aquella noche era la fiesta de graduación de la carrera del hermano de África, Mario. Él había estudiado Medicina en NYU School of Medicine y, aún sin haberla encontrado en ningún rincón de la ciudad, todos sabían que ella no se perdería un día tan importante como aquel.
Habían estado observando a su familia todos los días; a sus padres, en su residencia de verano en North Salem, una casa magnífica, con unas espléndidas vistas al lago; y a su hermano, que vivía en Midtown East, en el Ritz Plaza, en pleno Park Avenue. Les habían observado levantarse, desayunar, pasar el día, estar con amigos e incluso pasear. Pero nada. No había rastro de ella. Siempre se les escapaba de las manos cuando estaban a punto de atraparla.
Miró al techo disgustado. Llevaba varias noches teniendo pesadillas con ella y estaba muy preocupado. Realmente, la agonía de no verla, de no saber dónde estaba, con quién o si estaba bien le estaba matando, le provocaba una ansiedad irreconocible en él. Mikel decía que ella se estaba convirtiendo en su 'pequeña obsesión' y no estaba muy lejos de la verdad. Soñaba con ella. Con sus ojos azules y su largo pelo rubio, ondulado como el mar. Soñaba con su sonrisa, esa que eclipsaba cualquier cosa a la que se dirigiese. Estaba totalmente atrapado en esa chica de dieciocho años que le traía de cabeza.
Ya hacía mucho tiempo que habían llegado a la conclusión de que estaba huyendo de ellos, algo impresionante para todos. Cada vez que estaban a punto de encontrarla, ya no estaba. Así, sin más. No entendían como alguien tan joven, inocente y ajena a todo aquel tema podía huir justo en el momento preciso.
Se sentó en la cama pasándose los dedos por la sien al recordar la última vez. Todavía, sólo de pensarlo, le daban escalofríos.

Había ocurrido dos días antes. Mikel había recibido un simple SMS de su fuente con una única dirección: "Hotel La Explanada, habitación 25; 95 South Brodway, White Plains, NY 101601, United States". Enseguida lo planearon todo. Convocaron a todo el mundo en el New York Palace para una intrusión de emergencia y El Grupo, Mikel, Carla y él se prepararon para ir a por ella. Todo salió a la perfección. Ella estaba allí, se lo había confirmado el recepcionista. Éste, ya informado de aquello, les ofreció a Mikel y a Carla ropa del hotel para llevar a cabo su plan. Mikel se quedó en recepción. Carla de camarera. Esperaron como si fuesen simples huéspedes del hotel a que África bajase puesto que el plan no consistía en asustarla aún más apareciendo de pronto en su habitación.
Cuando se hizo de noche y se terminó la hora de la cena, él se levantó y se dirigió seriamente a El Grupo y a Carla:
-Abortamos la misión, chicos. Ella ya no esta aquí.
Mikel negó con la cabeza mientras se quitaba la chaqueta de aquel insoportable traje y le miraba.
-¿Quieres que subamos a registrar la habitación? -dijo mientras cogía la llave de la habitación 25 del estante.
-No, yo me encargo. Tú informa al jefe y los demás...los demás volved al hotel y descansad. Ha sido un largo día.
Cogió las llaves que Mikel le tendía y subió corriendo las escaleras hasta la habitación 25. Sin dudarlo, casi con prisa, metió la llave en la cerradura y abrió la puerta. La tele estaba encendida, la forma de su cuerpo seguía marcada en la cama, todavía caliente. La habitación conservaba su olor y había un cigarrillo encendido a medio terminar en el cenicero. No podía haber salido de la habitación más de 5 minutos antes y, en ese caso... Vio una nota pegada en la puerta y casi la arrancó.
"Sé que te duele que te lleve ventaja y eso me encanta. Ya no te tengo miedo. Sé quién eres, A.
Pd: ¿No querías verme? Anda, ¡asómate a la ventana!".

Poco a poco, apretando la nota con su mano con todas sus fuerzas, se acercó a la ventana. Allí estaba ella, desafiándole con la mirada. Cómo nunca antes ninguna mujer había hecho. Llevaba un vestido corto, suave, con flores y la espalda al aire; una trenza de raíz le llegaba casi hasta el final de su cintura y no había ni una gota de maquillaje en su rostro. Estaba sentada en la moto de Mario, dejando así al descubierto una parte bastante amplia de su muslo. Ella siguió la dirección de su mirada y sonrío. Él la miraba asombrado: le había esperado; cuando ellos llegaron al hotel ella ya lo sabía. Había esperado hasta el último momento para salir, para que le viese. Se miraron fijamente durante aproximadamente cinco minutos. El mundo se detuvo entre los ojos de ambos cuando la inmensidad de sus ojos grises se unieron a los ojos azules de ella. Ambos se veían perfectamente pese a la oscuridad de la noche, pero no se miraban la piel, ni la sonrisa, ni los cuerpos. Su mente se había detenido ahí, en el lugar donde se encontraban sus ojos. Ninguno era incapaz de apartar la mirada, de decir nada, de moverse. Los ojos de él le habían atrapado a ella y los de ella a él. Como cuando, en el momento clave, justo cuando tiene que huir, el conejo se queda atrapado mirando a el león, asombrado por su espectacular pelaje. 
En ese momento, los ojos de ambos dejaron caer una lágrima, al mismo tiempo. Una lágrima que, aunque no lo sabían, les marcaría para siempre. Ella sonrío sarcásticamente y arrancó la moto. 

África levanto la vista por última vez, volviendo a buscar desesperadamente sus ojos. Cuando los encontró, y el azul de sus ojos se junto de nuevo con el gris de los de él, esta vez sólo pasó una cosa: con un trueno empezó a llover y, desde entonces, no había parado.